4 mar 2010

La espina de cada rosa


Me estoy obligando a escribir. Creo que tenía una idea cuando encendí el ordenador, pero se disipó mientras se cargaba. O la idea no era tan buena, o yo soy muy idiota. Lo único que sé es que debo escribir. Cuando consigues expresarte, del modo que sea, los pensamientos se traducen en algo concreto. En la mente flotan los olores, los ruidos, las sensaciones, las voces, su voz... en un desorden tal que puedes estar días intentando atraparlos y mantenerlos quietos. Escribir sobre ello es como ponerle una correa a una mariposa. Y aunque la mariposa se escape, que se escapará, te queda la cuerda.

Me gustaría sacar de mi mente algunos recuerdos, que se mutan en fantasía y nublan mi realidad. Me gustaría apuñalar esa imagen, matarla, pretender que nunca existió, que nunca pasó. Pero no lo puedo controlar, mi mente va por su cuenta y hace lo que quiere porque sabe que, cuando menos me lo espero, esas imágenes me hacen sonreír.

Lucho contra mí mismo y me centro en lo que no me apetece centrarme, pero me conviene hacerlo. Los exámenes son un método de distracción estupendo. Una mente atareada no tiene descanso, tiempo libre que perder. Pero no es la respuesta. Sé que no hay una respuesta, que no hay un modo correcto de hacer las cosas, ni de prevenir lo que nos ocurrirá. No hay plan perfecto, ni idea que no caduque. Entonces qué, ¿vivir el día a día y olvidarse del resto? Sí. O no.

Todo tiene su punto de contradicción, su réplica contraria que tiene el mismo sentido, pero al revés. Lo mismo pasa con las personas, cuyas decisiones pueden contradecirse, sus ideas oponerse cuando la situación cambia. Todo cambia, y adaptarnos a ese cambio supone una serie de dudas. Si no fuera así no estaría escribiendo, buscando la salida al laberinto de mi mente. No he encontrado aún la manera pero saber que cada paso me lleva a la vez hacia el centro del laberinto, y hacia la libertad, me consuela.

Suena enrevesado, lo sé. Pero el mundo, o al menos mi mundo, no es simplemente lineal. Ojalá. Así cuando intentara hablar de las contradicciones de mi cabeza, me costaría menos. Porque a cada frase que escribo, se me ocurre la opuesta. Y no me importa. Convivo con mi caos. Es decir, escribir no me ha dado una respuesta (y quizás leer tampoco), pero sí un consuelo. No me decido, no sé qué opción es la mejor. Pero es que cada rosa tiene su espina.
Enero 2010

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