4 mar 2010

El origen de todo

Entre todos los trastos, papeles, libros y dibujos que hay en mi cuarto, guardo un objeto muy preciado. Es un simple bloc de notas, tan pequeño como un puño, discreto y elegante. Cayó en mis manos y permaneció en blanco hasta hace un año. Porque hace un año(el día que se recuerda cuando los madrileños se levantaron contra los franceses) la enfermedad, la vejez, el hastío por la impotencia que provoca la demencia, los esfuerzos agonizantes contra un dolor intenso y constante, insoportable, incurable; un dolor que provocaba gritos, llamadas a personas hace mucho inexistentes, llamas de sufrimiento ardiendo en las interminables noche de una oscura residencia... borraron recuerdos, borraron ilusiones, borraron las ganas de vivir.

Hace un año, sucedió lo único que es inevitable. Una llamada de teléfono, de la que no escuche nada y comprendí todo. Antes de que mi padre colgara, su silencio desvelaba lo ocurrido. Y yo me quedé en casa. No podía ir allí a despedirme como es debido por el maldito acceso a la universidad, no podía hacer nada más que recordarla en silencio. Y empecé a escribir en mi bloc, en su honor, en su homenaje y en su recuerdo. Con la intensidad y la fidelidad que se le debe a quien no está, pero aún quieres, le rendí mi despedida.

Desde entonces escribo, cuando no se con quien hablar, cuando no se a quién decirle las cosas más que a mi mismo escribo. Hace un año me despedí de ti en privado, con la mayor sinceridad que permiten las palabras. Hoy me vuelvo a ver aquí, sin poder ir a Madrid a recordar una parte de mi infancia, a entregarte con la vehemencia que te mereces un triste ramo de flores. En su lugar te escribo de nuevo, me escribo, escribo a quien lo lea por este horrible aniversario en el que por fin, dejaste de sufrir. Adiós Pepa. Adiós abuela.

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